La dignidad de la persona humana y la función pública.
Sabemos que el Estado de Guatemala, garantiza la vida desde la concepción, así lo establece el artículo 3 de la Constitución Política de la República de Guatemala. Sin embargo, después de nacido la persona ya posee y durante el transcurso de su vida le son propios una serie de derechos y obligaciones, que le durarán hasta el momento de su muerte.
Desde el ámbito del que hacer público, el funcionario no puede dejar pasar por alto esta realidad: la persona humana. El Estado se organiza para proteger a la persona y su fin supremo es la realización del bien común (artículo 1 de la Constitución). De esa cuenta la función pública, está revestida de una gran trascendencia: todas las acciones el funcionario, no debe realizarlas sin tener en cuenta tremenda realidad: la persona.
El Ministro, el diputado, el Alcalde, el fiscal, el policía, etc., tienen una seria responsabilidad frente a su actuar, no actúan sólo para sí mismos. Están allí para Servir, no para ser Servidos. Cuando dejan de realizar su función como debe ser, aparte de causar un daño patrimonial al Estado, están trasgrediendo la “dignidad de la persona humana”, puesto que con su actuar vedan la posibilidad de realización de personas, con dignidad y derechos.
Siempre el mal actuar del funcionario público, lleva consigo necesariamente un daño a la dignidad de la persona humana: el ciudadano. No se daña por ejemplo, al Ministerio de Educación, se daña a niños a quienes no se les construye una escuela (personas); no se daña a la Municipalidad, se daña a los vecinos (personas) y así podríamos seguir citando ejemplos.
Por otra parte, corresponde al ciudadano cumplir con el pago de sus impuestos y ejercer sus derechos cívicos y políticos puesto que ello lo legitima para exigir de la autoridad un actuar apegado a ley.
Hacer política o buscar un puesto público para enriquecerse a costa de la dignidad humana de hombres, mujeres y niños que tienen un futuro y luchan y trabajan por conseguirlo, me parece una actitud reprochable desde todo punto vista, al igual que lo es el ciudadano pasivo que espera que otros hagan, quedándose como un eterno bueno inocente que no hace nada por cambiar la realidad de nuestro país.